En memoria de José Ara Belloc, gran amigo, padre de grandes amigos
Nuestro grito circular, tutelado por torres temerosas, se pierde en un pantano donde los dioses esconden las marcas de las mordidas en las piernas. No son buenos los dioses cuando transcurren en estas redes. No se ha inventado todavía la luz, así que la claridad que atisbas, hija de una fiebre antigua, marchita sin tregua y se refleja en este bosque de colmillos. En medio del aturdimiento cosechado en estos tiempos fibrosos, y asistiendo a la licuefacción de milagros estirados, sólo los elegidos, acorazados en cuerpos menores, muestran la señal de la estirpe. Espíritus precisos como una idea inexorable, despejan el camino arando el vacío con pupilas nerviosas, poniendo nombres amables a las bestias, acariciando la tormenta que escribirá la última página.
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